De varios tipos de invalidez
con dirección de Lucas Olmedo
La culpa, la dependencia, la auto-conmiseración, la no concreción de sueños, operan como otro tipo de taras que hacen que los seres que la padecen deambulen en la vida sin rumbo fijo y sin metas, rogando, ya sea amorosa o violentamente, que el otro le brinde una poco de afecto, para así sentir que son algo en el mundo.
El texto de Von Mayenburg apela a la simultaneidad para dar una idea totalizadora de esas vidas. Un humor negrísimo y cruel, una descarnada exposición de los personajes (la mirada del autor no es nada para compasiva para con ellos), junto a la creación de situaciones del vivir llevadas a estados de permanente tensión, hacen de Parásitos un hecho escénico de climas muy particulares.
El director Lucas Olmedo profundiza la idea de invalidez creando una atmósfera de extrañamiento, fruto de una ajustada ilimitación de espacios (dentro de una escenografía de buscada precariedad, en una concordancia absoluta con el estado de los personajes) y a un registro de actuación en donde los actores llevan al máximo la exposición de sus taras (tanto físicas como espirituales, o ambas a la vez). La pieza alterna, en forma estupenda, tiempo de espesa morosidad con fulminantes temblores, reforzando ese estado de extrañeza.
También tiene mucho que ver con esos climas el buen diseño de iluminación de Juan Andrés Piazza, ya que trabaja un registro cercano a la opacidad. Una desgastada cotidianeidad es el sello del vestuario diseñado por Guadalupe Rodríguez Catón.
Todos los componentes de elenco logran muy buenos trabajos otorgándole cada personaje una singular carnadura, que al interrelacionarse con los otros posibilita crear intensidades conmovedoras.
Parásitos, es doloroso decirlo, muestra a un estadio de la sociedad cada vez con más crecimiento, ya que las redes humanas son cada vez más frágiles.
Gabriel Peralta