"Parásitos" del alemán Marius Von Mayenburg en el Beckett teatro de Buenos Aires
El título del espectáculo es bastante apropiado, “Parásitos,” y si bien hay algo Beckettiano en la obra, es de un dramaturgo alemán, Marius Von Mayenburg. Primera advertencia: si el espectador se encuentra en medio de una aguda crisis de pareja, convendría ver el espectáculo después de un buen descanso. Segunda advertencia: si Usted ha dejado el marido en casa mirando un partido de futbol, sería aconsejable volver sin tomar un café irlandés en el bar de la esquina.
Los espectadores se ubican en sus butacas,se apagan los teléfonos, se apagan las luces. Un hombre toca el piano eléctrico, espaldas al público, luego acciona su silla de ruedas y se dirige al público, tranquilo y simpático: dice que hoy es un día tranquilo. Es uno de los pocos minutos de calma en el espectáculo.
En todas las relaciones hay una violencia verbal turbulenta que salta a escena tan pronto se haya instalada la racionalidad. La energía escénica se acerca a veces a un nido de vampiros, o bien, de parásitos. Tanto los unos como los otros viven a expensas de algún ser vivo, el huésped.
El amor y la solidaridad son conceptos extraños para estos personajes, todos tienen relaciones patógenas, pero se mueven también en un mar de ambigüedades, de insinuaciones, de acusaciones, de amargura y de gran tensión dramática.
La historia podría haber sido absolutamente sin interés, pero Mayenburg sabiamente introduce ingredientes teatrales de gran efectividad. Cuatro jóvenes y un señor ya grande se alojan en una especie de pensión lúgubre en una ciudad balnearia. Beti cuida su novio, Ringo, víctima de un reciente accidente automovilístico que lo ha dejado paralítico. Cualquier comentario entre ellos es suficiente para inflamar una discusión encendida.
Pronto aparece Multscher, quien lo atropellara, atribulado, vagamente culposo, expresando intenciones de difícil comprensión. En el mismo espacio Beti recibe a su hermana menor, embarazada, hallada inconsciente a un costado de la autopista, y también Petrick, su novio.
El espectáculo propone un abordaje a las relaciones humanas de manera casi bélico. Es un desafío sumamente exigente para los actores. Sin embargo, las situaciones aparecen como espejos que reflejan fielmente la subyacente tensión entre todos los personajes. El público entiende una fuerte ironía en las rimbombantes quejas y explosiones emotivias de los personajes, y está bien ya que la obra de Multscher investiga la ironía y lo oscuro de las relaciones humanas sin dejarse llevar por nubes trágicas.
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